Tuve un día de descanso, el día de hoy, y es gracioso pensar que ni siquiera fue el día completo. Estuve viendo algunas caricaturas en internet, algo que siempre me ha gustado. He sentido que últimamente, por hablar de los últimos años, no he podido permitirme disfrutar de estas cosas que genuinamente me gustan. Por cualquier motivo. No quiero seguir evitándolo, no quisiera sentir miedo y vergüenza por disfrutar las cosas que me permiten descansar, que me brindan un refugio mental y emocional. Tampoco quiero tener que sentir vergüenza por no encontrar una fascinación real en la lectura, en lo académico y en todas esas cosas que dicen por ahí en las escuelas de arte que son tan importantes. Y en todas las escuelas, supongo. Nunca me ha pasado eso que dicen, que cuando lees un libro de inmediato figuran imágenes en tu mente y es como si vieras una película pintada por tu imaginación. Tal vez solo he leído todos los libros equivocados. Recuerdo que cuando era niña pensaba al mirar las ilustraciones en mis libros, que el objeto, lugar o situación descrita no se vería de la forma en la que estaba ilustrado ahí. Pero no recuerdo precisamente lo que imaginaba. Tal vez en algún momento me rendí, nada estaba realmente a la altura de mi espectativa cuando tenía tres años. Una expectativa generada por las caricaturas tan brillantes los sonidos y el ambiente de la pantalla. Cómo sería un libro capaz de replicar… eso. Jamás, ni aunque los libros tengan varios siglos de existencia y las pantallas apenas uno. Pensar que las pantallas emiten luz real y no ver la magia en ello me parece interesante. Tal vez es que estamos tan acostumbrados a la máquinas emanando luces en nosotros todos los días que parece que no tiene nada de mágico. Pero creo que el aspecto mágico de la luz y el color es parte de lo que nos hipnotiza frente a estos rectángulos. Estos son objetos mágicos, siempre claramente desarrollados por la ciencia. No puedo siquiera imaginar el mundo antes de la pantalla. Un fenómeno con poco más de un siglo. Y hoy es como si sostuviéramos pequeñas orbes de fuego en las manos, todos los días. Las luces nos cuentan historias completas y nos transmiten un significado más allá de la forma. La pantalla es como un portal hacia otras dimensiones, es como un espejo que puedes cruzar. El potencial creativo de la pantalla sobrepasa todo aquello que los libros y las pinturas juntas jamás lograron. Es como si de alguna u otra forma la pantalla fuera la epítome del arte, como lo es de la ciencia. Y tal vez como artistas académicos, como una comunidad formada en torno a la historia del arte y la cultura; tal vez por ser tan apegados al pasado es que no nos hemos dado cuenta. No hemos querido otorgarle la importancia cultural que se merece. Que quizá solo el cine encuentra un poco más. El arte y la ciencia siempre han sido estudios unidos, campos paralelos para la construcción de la cultura humana. La tecnología siempre ha sido una herramienta para ambas. Entonces hoy, y que ya tantos artistas nos expresamos a través de pantallas, y que se ha hecho por años, ¿por qué sigue siendo tan aparentemente refutable el hecho de preferir la multimedia por sobre los libros? Y qué irónico que hablo de este tema por escrito en lo que creo que será un libro. No voy a hablar ni tratar de refutar la importancia de los libros ni de la lectura. Mi discurso no va por ahí, yo sé que los libros son importantes y cualquier persona que haya leído un libro en su vida sabrá que son inmensamente útiles y versátiles. Hay muchos libros sobre la importancia de los libros. Entonces, hoy empezada la segunda década del siglo veintiuno, a cien años del surgimiento y la gran explosión de la pantalla como adición a la cultura de la humanidad, me parece importante otorgarle la pizca de crédito que se ha ganado. Nos quejamos demasiado de lo mucho que nos daña, y simplemente creo que es demasiado poderosa para nosotros como seres, cien años no son suficientes para procesar este cambio cultural genéticamente. Muchísimos menos son los veinte años que van desde que la pantalla se volvió portátil y accesible. Para la gran imaginación de la humanidad las pantallas son un sueño tecnológico hecho realidad. En todo esto, claramente implícita debe quedar la presencia de las computadoras como parte esencial de mi noción de pantalla. Cómo pantalla me refiero al objeto que tengo en la mano, a través de la cuál estoy escribiendo. Pero también me refiero a todos los otros rectángulos que emiten luz. Todos computarizados a cierto grado. ¿Cómo podría comparar un libro con una pantalla? Una pantalla que puede contener todos los libros que podría imaginarme y mucho más. Todas estas nuevas formas narrativas finalmente son un tipo de libro, y las pantallas tienen muchos libros diferentes al mismo tiempo. Yo pienso que cuando ves una película o una caricatura, o cualquier video es como si leyeras un libro, pero en otro formato. Más profundo aún dentro de esa rama de pensamiento está el juego. Cuando juegas un videojuego es como si leyeras un libro desde adentro. Es como si entraras al mundo de fantasía que se presenta frente a ti. Incluso un juego que no necesariamente contiene imágenes se convierte en una exploración interna y personal. Los videojuegos tienen la capacidad de convertirse en el vehículo reconocido más novedoso para la creatividad. Pero es demasiado nuevo, es demasiado transgresor para la cultura humana. Es demasiado bueno para ser real. Es demasiada responsabilidad y compromiso conocer todos estos mundos a través de un avatar que te representa a ti. Por un lado el avatar te permite experimentar con conceptos y situaciones que jamás verías frente a tus ojos de otra forma, escenarios surreales, históricos o fantasiosos que solo pueden existir en la pantalla, que te regalan la oportunidad de ser quien quieras ser, de ser la mejor o la peor versión de ti. De ser el diseño ideal de lo que quisieras ser, o algo completamente diferente. Tal vez este tipo de exploraciones y de entretenimiento son demasiado extraños e involucrados para que más gente decida investigarlos y conocerlos. Y finalmente son mucho menos accesibles que los libros. Se requiere de un abanico más amplio de herramientas y habilidades para explorar y conectar con el videojuego de las que se requieren para conectar con un libro. Quiero pensar que los libros se sienten aburridos para muchos de nosotros gracias a eso. La interacción activa necesaria para jugar es mucho mayor que para leer. El nivel de atención necesario también es mucho mayor. En el juego pasan diez o más cosas a la vez, se busca la resolución de conflictos, rompecabezas, cálculos matemáticos, precisión, planeación y habilidad para progresar, todo mientras te cuenta una historia. Te permite descubrirlo sensorial y conceptualmente poco a poco, se convierte en un enorme festín. Es como la vida pero en chiquito, desde atrás de la pantalla donde estamos a salvo, donde nada de lo que hagamos allí en ese universo virtual, realmente nos afectará… ¿o sí? Claro que sí nos afecta. El videojuego es un vehículo para la creatividad humana. Igual que los libros; y por ende también, como los libros, los videojuegos tienen la capacidad de afectar a la vida. En mi experiencia personal incluso de una forma mucho más íntima que un libro. La cualidad intrínseca de los videojuegos es que son interactivos y al incluirte a ti como jugador, dentro de la narrativa, cruza otro nivel de intimidad, se mete y revuelve tu identidad. Te enreda en las historias de una forma tan personal que a veces cuando juegas te relacionas con el juego, como si fuera una entidad, un ser consciente. Los juegos, más en un concepto indie que comercial y obviamente desde una perspectiva sensible y artística; tienen impregnada la personalidad de quién los hizo. Los juegos te hablan de la vida y la mente, y de los mundos imaginarios del autor, o como se dice a las personas que hacen videojuegos, desarrollador. En muchos casos te describen no a una sino a varias, a veces muchas personas trabajando juntas. Al explorar y progresar en el juego se vuelve inevitable conocerlo, se vuelve imposible evitar toparse con sus pequeños secretos escondidos por todos los rincones. Y de alguna manera se siente como si el juego te conociera a ti. Cuando los niveles están hechos de tal forma que te fuerzan a pensar y construir de forma creativa cuando te dan la opción de resolver conflictos por rutas alternas o implícitas, es como si te conocieran. Cuando están construidos en formas astutas y engañosas es como si se burlaran de ti, esperando que seas lo suficientemente inteligente para superar esos obstáculos. Y puede ir desde casos muy sencillos y muchos otros muy intricados. Puede presentarte picos de los cuales saltar, dragones con los cuales pelear o platicar, puertas escondidas, premios y rompecabezas o dilemas; a veces muy difíciles de resolver. La toma de decisiones en el juego es uno de los aspectos que más me interesa explorar. Presentar al jugador con dilemas y bifurcaciones en el camino narrativo, hacer obvio y recalcar el que las decisiones tomadas son sus decisiones. Esto me otorga poder a mí como autor y le otorga poder al jugador para explorar y participar en "la pieza". Exploraciones a través de la pantalla. Estoy haciendo un libro donde eres el personaje principal y tienes el poder de cambiar el destino. Es un libro que en realidad es un videojuego, con varias líneas narrativas. Pensar en este proyecto como uno de esos juegos retacados de personalidad es muy motivador para mí. Estoy segura de que el juego que estoy haciendo ahora no será el último juego que haga. De cierta forma quiero devolverle al mundo, al internet, la fruta del árbol que creció de la semilla que plantó en mí; y que se nutrió, claro, de todo este material que genuinamente disfruto, y no de libros escritos en papel.
Obviamente amo el concepto del libro. Los juegos y las caricaturas son mis libros favoritos.